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Dejar de fumar, adelgazar, hacer deporte, ir al gimnasio, apuntarse a alguna actividad nueva o ahorrar. Toca hacer balance del viejo año y empezar a pensar en los nuevos propósitos de año nuevo. El 2019 vendrá cargado, quizá al igual que al anterior, de nuevos objetivos, retos e ilusiones. Este tipo de cosas nos hace entrar con más ganas en este nuevo año. Y con él, las ganas de empezar a construir nuevos retos, metas más altas, objetivos más ambiciosos y –por qué no– continuar con todo lo que nos gusta y nos hace felices. De no perder los buenos hábitos que ya alcanzamos el año pasado. Pero todo esto puede quedarse en buenas intenciones que se deslizan con las hojas caídas del calendario. ¿Cómo evitar la frustración? ¿Merece la pena?
No resulta raro que al empezar un nuevo año necesitemos tener en mente nuevos retos y motivaciones que satisfacer. Forma parte de nuestras necesidades como ser humano, como si estuviera escrito de alguna manera en nuestro ADN personal. Uno de los grandes hallazgos de la, todavía, corta historia de la psicología hablaba precisamente de esto.
Hace ya más de 75 años, en 1943, el psicólogo Abraham Maslow creó su popular pirámide de necesidades: La Pirámide de Maslow –que él llamó Jerarquía de necesidades–. Ésta defendía que según los seres humanos iban consiguiendo satisfacer sus necesidades más básicas, luego necesitarían complacer aquellas más elevadas. “Nuestras acciones, que van siempre dirigidas a un objetivo, nacen de la motivación de cubrir ciertas necesidades que tenemos. Y que normalmente suelen ir ordenadas según la importancia que tienen para nuestro bienestar”, explica a El Independiente Giulia de Benito, psicóloga sanitaria en el Instituto Centta (Madrid).
Según expone esta profesional, “es importante que las personas tengamos un propósito general en nuestras vidas, ya que se convierte en el motor que nos lleva a enfrentar retos y dificultades para alcanzarlos y mejorar nuestra calidad de vida. Necesitamos marcarnos metas e invertir gran parte de nuestra energía en alcanzarlas ya que esto nos permite evaluar de una forma objetiva en qué punto de nuestra vida nos encontramos, qué cosas nos son importantes y cómo estamos en términos de autoconcepto y autoestima, dos elementos que determinan la forma en la que nos vemos a nosotros mismos e interpretamos nuestra realidad”.
Sin duda, tanto el autoconcepto como la autoestima son dos factores que determinan nuestra forma de ser y estar en el mundo, algo que guiará en todo momento nuestra percepción de nosotros mismos y por tanto nuestra forma y nuestro modo de enfrentarnos a todo lo que nos toque vivir.
El autoconcepto, explica de Benito, es el conjunto de atribuciones que cada uno tiene sobre sí mismo (conocimientos, creencias, actitudes, valores, habilidades, etc.) y la autoestima es la valoración afectiva que hacemos sobre ello y toca todas las áreas de la vida: físico, académico y laboral, social y familiar, etc. “La información con la que construimos nuestro autoconcepto y autoestima viene determinada por nosotros mismos y por el exterior. Si me marco unos objetivos valorados por mí y por otros y me involucro en alcanzarlos, estoy aumentando la percepción sobre mi competencia y sobre lo que los demás piensan de mí”, afirma.
El 80% fracasamos antes de marzo
El hecho de que los nuevos propósitos se planteen al principio de año o al comenzar cada curso escolar no es algo raro. “El inicio de la semana, del mes o del año nos marcan la posibilidad de hacerlo bien desde el principio, de tener una visión completa y positiva de un periodo de tiempo. Los nuevos comienzos nos dan la esperanza de poder ser mejores”, asegura de Benito. Sin embargo, no siempre conseguimos nuestros propósitos y los abandonamos en el intento.
Así, y según informa esta profesional, “las investigaciones nos dicen que casi la mitad de los adultos hacemos propósitos para el año nuevo. Sin embargo, el 80% de nosotros fracasaremos antes de llegar a la segunda mitad del mes de febrero”.
No hay duda de que para conseguir nuestras metas se necesitan esfuerzo, dedicación y mucha paciencia. Por ejemplo, ¿cuánto hace falta invertir para conseguir adquirir la rutina de hacer deporte al menos 3 días a la semana? ¿O para conseguir cumplir con la indicación de la Organización Mundial de la Salud (OMS) de hacer 150 minutos de actividad física a la semana? ¿O para apuntarnos a clases de un idioma y no abandonarlo a los pocos días?
En 2015, el University College de Londres publicó en la revista European Journal of Social Psychology un estudio que afirmaba que para conseguir un hábito hacían falta 66 días -y no tres semanas o un mes como se había dicho hasta entonces-.
“El logro de un objetivo implica esfuerzo, dedicación y constancia, elementos en los que necesitamos vernos reflejados para sentirnos bien con nosotros mismos”, afirma de Benito. Si no nos percibimos implicados en la satisfacción de nuestras necesidades y, por lo tanto, no entrenamos las habilidades necesarias para realizarlo, añade, nos sumiremos en un espiral en la que cada vez será más difícil enfrentarnos a un plan de mejora de la calidad de nuestra vida y no desarrollaremos las habilidades necesarias para sentirnos mejor con nosotros.
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