La inquietud en los niños suele ser motivo de preocupación. Muchos padres consultan si se trata de un rasgo normal del desarrollo o si puede estar vinculado a trastornos como el déficit de atención con hiperactividad (TDAH).
Según especialistas en pediatría y psicología infantil, la clave está en diferenciar un niño activo de un niño hiperactivo. Mientras que la energía es parte de una infancia sana, la hiperactividad puede traer dificultades para concentrarse, aprender y convivir.
Aunque cada niño es único, existen comportamientos que pueden encender las alarmas:
No logra permanecer sentado durante las comidas.
Tiene problemas para concentrarse en tareas simples.
Se muestra impulsivo y cambia constantemente de actividad.
Interrumpe conversaciones o no respeta turnos de juego.
Frente a estos casos, los especialistas recomiendan consultar a un pediatra o psicólogo infantil para descartar diagnósticos y orientar a la familia.
Los expertos coinciden en que no siempre es necesario un tratamiento médico:
Establecer rutinas claras en casa.
Promover la práctica de deportes y actividades físicas.
Reducir el uso de pantallas y fomentar juegos creativos.
Reforzar el diálogo positivo y la paciencia.
El acompañamiento de la familia es fundamental para que el niño canalice su energía sin sentirse “etiquetado”.
Si la inquietud interfiere en la escuela, en las relaciones con otros niños o en la vida cotidiana, es momento de pedir ayuda. El diagnóstico temprano permite dar herramientas tanto al niño como a la familia para mejorar la convivencia.
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