Es hora de pensar si hay una alternativa mejor que cerrar todo

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Opinión 30/03/2020 Thomas L. Friedman para The New York Times
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Días como estos ponen a prueba a cualquier líder, ya sea local, provincial o nacional. Todos y cada uno de ellos deben tomar grandes decisiones de vida o muerte sentados al volante de un auto en medio de un banco de niebla, con información incompleta, mientras los que van sentados en el asiento de atrás les gritan de todo. Mi solidaridad con todos ellos, porque sé de sus buenas intenciones. Pero con la mayoría de las empresas cerradas y millones de personas que empiezan a quedarse sin trabajo, algunos expertos ya se preguntan: "Pará un minuto, ¿qué nos estamos haciendo a nosotros mismos y a nuestra economía? ¿No será el remedio, aunque dure poco tiempo, peor que la enfermedad?".

Comparto esas dudas. Nuestros dirigentes no están manejando completamente a ciegas: cuentan con el asesoramiento de epidemiólogos serios y de expertos en salud pública. Así y todo, hay que tener cuidado de no caer en el "pensamiento de grupo", que es una reacción natural pero peligrosa cuando se trata de dar respuesta a una crisis global y nacional. Estamos tomando decisiones que afectan a todo el país y a la totalidad de nuestra economía.

Hace falta más equipamiento médico y también tenemos que corregir el colosal error de no hacer testeos generalizados y rápidos. Pero igualmente urgente es empezar a preguntarnos cómo minimizar con sintonía fina la amenaza para los más vulnerables y al mismo tiempo maximizar la posibilidad de que el mayor número de personas puedan volver a trabajar sin riesgo lo más pronto posible. Son muchos los expertos sanitaristas que quieren encontrar un mejor equilibrio entre esas cuestiones médicas, económicas y morales que nos atenazan a todos.

¿Hay otra forma? Una de las mejores ideas que escuché la propuso el doctor David L. Katz, director fundador del Centro de Investigaciones en Prevención de la Universidad de Yale. Katz dice que en este momento nuestros objetivos son tres: salvar tantas vidas como sea posible, garantizar que el sistema de salud no colapse, pero también asegurarnos de que al cumplir los dos primeros objetivos no destruyamos la economía, y en consecuencia, incluso muchas más vidas. Por todo eso, argumento Katz, tenemos que pivotear de la estrategia de "prohibición horizontal" que aplicamos hoy y que restringe los movimientos y negocios de toda la población sin tomar en cuenta las variables de riesgo de cada cual a una estrategia de "prohibición vertical", de intervenciones más "quirúrgicas".

Un abordaje quirúrgico-vertical apuntaría a proteger y aislar a los más vulnerables y expuestos a perder la vida o sufrir daño a largo plazo por la infección del coronavirus y básicamente tratar al resto de la sociedad igual que cuando ocurren otras amenazas sanitarias. Eso implica, por supuesto, ser respetuosos al toser o estornudar cerca de otros, lavarse las manos frecuentemente y quedarse en casa si uno se siente mal hasta recuperarse, o recurrir al médico si la recuperación tarda en llegar.

Porque al igual que con la gripe común, la enorme mayoría de los que enfermen de Covid-19 se recuperarán en cuestión de días, un pequeño número necesitarán ser hospitalizados y un porcentaje ínfimo de los más vulnerables, lamentablemente, morirán. Como señala Katz, el elegir el abordaje horizontal de tenernos a todos en casa hasta nuevo aviso, los gobernadores e intendentes podrían estar acrecentando el peligro de contagio para los más vulnerables.

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FUENTE: LA NACIÓN

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